El 3 y 4 de diciembre la compañía de ópera Opus Lírica llevó al Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián Dido & Aeneas de Henry Purcell, obra imprescindible del repertorio operístico. Platea Magazine estuvo allí y así lo recogió en su página web.
Opus Lirica parece haber apostado a medio plazo por alternar obras de pequeño formato como la que nos ocupa junto a títulos de repertorio y formato mayor, como será el caso de Pagliacci el próximo febrero, en una sala bien distinta, el Kursaal, de mucha mayor capacidad. Habrá quien piense –uno de ellos, un servidor- que Pagliacci en solitario puede ser considerado escaso menú para un espectáculo operístico pero parece que se está imponiendo cierta tendencia a la sobriedad en esto de los espectáculos musicales con eso del “nuevo público”, las repercusiones económicas del Covid en los entes organizadores y las psicológicas en todos nosotros.
Este Dido and Aeneas estaba pensado con gente de casa y, una vez más, hemos podido disfrutar de un espectáculo bien hecho. Estaba también construido sobre los ganadores del I Concurso de canto Opus Lírica, que se celebró recientemente. La protagonista ha sido la mezzosoprano donostiarra Lucía Gómez Aizpurua, de voz hermosa, bien timbrada y que creó una Dido de una pieza. Bien caracterizada, su célebre lamento fue bien emitido. Una voz de esas que uno quiere ver cómo evoluciona en un futuro inmediato y en papeles de más enjundia. Su Eneas fue el barítono bilbaíno Julen García, algo más apocado en la emisión y aunque el timbre es bonito faltó algo de carnosidad en la proyección de la voz y dotar a un papel tan regio de mayor personalidad.
«Sánchez está consiguiendo una relevancia musical evidente y estamos ante una figura de interés imprescindible en este tipo de trabajos»
Muy bien Helena Orcoyen, una Belinda de nivel y que dotó a su papel de sustancial relevancia. Nada lejos en sus prestaciones se quedaron Ana Sagastizabal e Irene Fraile como las dos brujas, bien caracterizadas y con voces hermosas. A pesar de su brevedad, me quedé con las ganas de escuchar más tiempo la voz del tenor Aitor Garitano mientras que Chen-Han Lin –que también fue obsequiado con el papel tras el concurso de canto- encarnó con ilusión los dos papeles asignados aunque tengamos que reconocer que en la zona aguda su voz tendía a una relativa descompensación. Muy digna Estibaliz Arroyo.
Como podemos apreciar, todo el plantel era muy joven y muchos, de casa. Creo que en este sentido la labor de Opus Lirica es digna de reconocimiento; más aún cuando los cantantes saben responder a la confianza dada con el alto grado logrado en la función. A ello coadyuva un coro bastante en estilo – no es lo fácil para cantantes amateurs cantar barroco con cierta propiedad – y la labor enorme de Iker Sánchez en su labor de director musical. Sánchez está consiguiendo una relevancia musical evidente y estamos ante una figura de interés que, al menos por estos lares, llega a ser imprescindible en este tipo de trabajos. Es cierto que la orquesta no consiguió en todo momento un color adecuado para la estética musical de Henry Purcell pero no puede negarse la importante labor realizada –supongo que no con el número de ensayos deseado- para lograr que la nave llegara a buen puerto.
Pablo Ramos y Carlos Crooke apostaron por una puesta en escena donde predominaban los tonos oscuros y ocres, con el uso de velos y telas para crear distintos espacios y una iluminación que creaba imágenes hermosas; dentro de su sencillez, fue una apuesta acertada y bien resuelta.
El público, que casi llenaba la platea del teatro –no puedo dar fe de los pisos superiores- recibió a los protagonistas con la algarabía típica moderna de silbidos, grititos y demás sustitutivos de los clásicos ¡bravi! para demostrar a los artistas el reconocimiento por el trabajo hecho. Solo es de desear que esta función ayude a consolidar lo que tantos y tantos deseamos: la presencia estable y organizada de la ópera en Donostia.
Puedes leer la crónica completa de Enrique Bert para Platea Magazine pinchando en este enlace.